Lokāḥ Samastāḥ Sukhino Bhavantu
„Que todos los seres en todas partes sean felices y libres.“
El viaje que estás a punto de emprender no es solo una exploración de la ciencia, la filosofía o la espiritualidad. Es, ante todo, una receta. Una receta para disolver el ego, para suavizar el agarre del miedo y la codicia, y para despertar a la verdad más profunda de que ya somos uno con Dios, con la naturaleza y con todo el universo.
El ego es una herramienta útil. Nos permite navegar por la vida cotidiana, distinguir entre el yo y los demás, perseguir metas. Pero cuando se malinterpreta como todo lo que somos, se convierte en una prisión. El ego es lo que nos hace temer a la muerte, lo que nos impulsa a acumular y luchar, lo que nos ciega ante el sufrimiento de los demás. Crea la ilusión de la separación, y de esta ilusión surgen la crueldad, la explotación y la desesperación.
Superar el ego no significa aniquilar el yo, sino ver más allá de su ilusión. Así como la física moderna revela que las partículas son excitaciones de campos, el ego es una excitación del campo divino de la conciencia. El ego surge y cae como una ola en el océano, pero el océano permanece. La muerte no es destrucción, sino un retorno. La separación no es definitiva, sino temporal.
Las tradiciones de sabiduría del mundo siempre lo han sabido. El budismo enseña que aferrarse al ego es la raíz del sufrimiento. Vedanta declara que el verdadero yo (Atman) es idéntico a Brahman, el fundamento infinito del ser. Los místicos cristianos escribieron sobre la entrega del yo a Dios, y los poetas sufíes cantaron sobre la aniquilación (fana) en el amor divino. El mensaje es el mismo en todas partes: la aspiración más alta no es fortalecer el ego, sino disolverlo en lo infinito.
Este libro entrelaza las perspectivas de la ciencia, la filosofía y la espiritualidad para mostrar que la unidad no es solo una intuición mística, sino una verdad inscrita en la estructura de la realidad. La mecánica cuántica, la interdependencia ecológica, la teoría de la información y la experiencia mística convergen en una sola comprensión: no somos fragmentos, sino expresiones de un todo.
El propósito no es la abstracción. Es la transformación. Despertar al entrelazamiento significa vivir de manera diferente: con compasión hacia los demás, reverencia por la Tierra y apertura hacia lo divino. Al disolver el ego, disolvemos el miedo. Al disolver la codicia, disolvemos la explotación. Al recordar nuestra unidad, traemos sanación: para nosotros mismos, para los demás y para el planeta.
Que esta obra sirva como guía, receta y ofrenda. Y que su fruto no sea menos que la realización de Lokāḥ Samastāḥ Sukhino Bhavantu: un mundo en el que todos los seres sean felices y libres, porque la ilusión de la separación ha sido superada y el océano se ha reconocido a sí mismo en cada ola.
La vida cotidiana se vive bajo el hechizo de la separación. Cada mañana despertamos con la sensación de ser un „yo“ singular y limitado, separado de los demás por la piel del cuerpo y las fronteras de la mente. Esta sensación de ego es esencial para navegar por el mundo. Nos da una narrativa coherente, nos permite decir esta es mi vida y nos capacita para actuar con aparente autonomía.
Y, sin embargo, algo en nosotros, bajo esta superficie, sabe que la separación es frágil. Dependemos del aire, la comida, el agua, el calor y la compañía humana. Basta con contener la respiración durante dos minutos, un descenso en el azúcar en sangre o el silencio del aislamiento para disolver la ilusión de la independencia.
La ciencia ha confirmado esta intuición más profunda. El ego autónomo no tiene un límite claro: los biólogos nos recuerdan que nuestros cuerpos están llenos de vida microbiana sin la cual no podríamos sobrevivir; los neurocientíficos describen la conciencia como una construcción tejida por el cerebro; y los físicos hablan de la materia misma no como sólida y separada, sino como patrones de energía en una red de campos.
Las tradiciones místicas lo anticiparon hace mucho tiempo. Buda enseñó que el „yo“ (atta) no es definitivo, sino un conjunto de procesos sin un núcleo permanente. Los filósofos vedánticos declararon que Atman –el verdadero Yo– no es el ego individual, sino idéntico a Brahman, la realidad universal. Los sufíes cantaron sobre perderse en el Amado, los cristianos sobre morir al yo para que Dios pueda vivir dentro.
Por lo tanto, la sensación de individualidad no es falsa en el sentido de un engaño ilusorio. Es falsa en el sentido de que es incompleta. El ego es una ola superficial, útil pero no definitiva. La verdad más profunda, que espera ser descubierta, es el entrelazamiento: que nuestro ser ya está siempre entretejido en el todo.
Durante siglos, la física imaginó el universo como una colección de partículas parecidas a bolas de billar, moviéndose en el espacio, chocando y dispersándose como canicas. Esta visión reflejaba la imagen del ego sobre sí mismo: separado, autónomo, delimitado. Pero el siglo XX destrozó esta visión.
La teoría de campos cuánticos reveló que lo que una vez consideramos „partículas“ no son en absoluto objetos independientes. Son excitaciones de campos – ondas en océanos invisibles de energía que impregnan todo el espacio. Un electrón es una onda en el campo electrónico, un fotón una onda en el campo electromagnético. La materia misma es vibracional.
La teoría de cuerdas lleva esto más lejos, proponiendo que bajo los campos yace una única realidad fundamental: cuerdas de energía vibrantes cuyas resonancias crean la apariencia de todas las partículas. La diversidad de la materia es música tocada en un instrumento cósmico.
Las implicaciones son profundas. Lo que llamamos „cosas“ no es autexistente; son perturbaciones de un continuo más profundo. El universo no es un almacén de objetos, sino una sinfonía de vibraciones.
Esta imagen es sorprendentemente paralela a las visiones místicas. Las Upanishads describen a Brahman como la realidad subyacente de la que todas las formas son expresiones. Las metáforas budistas comparan el mundo con una red de joyas, cada una reflejando a todas las demás. El ego, en esta luz, es como una partícula: una excitación localizada del campo divino, que algunas tradiciones llaman Dios, otras Tao, otras conciencia pura.
Si toda la materia es una excitación de campos físicos, entonces el ego es una excitación del campo divino – una onda de conciencia que aparece temporalmente como „yo“. Así como ningún electrón existe separado de su campo, ningún yo existe separado del océano de la conciencia.
El ego se siente sólido, permanente y central. Pero es más como la cresta de una ola: formada brevemente, sostenida dinámicamente, luego desvaneciéndose. Lo que parece un „yo“ aislado es una fluctuación del campo divino – el fundamento ilimitado del ser.
Vedanta expresa esto en la enseñanza Tat Tvam Asi („Tú eres Eso“): Atman, el yo individual, no es otro que Brahman, la realidad universal. El yo no está separado del campo divino, sino que es su expresión temporal.
En el budismo, el ego se revela como anatta – no-yo – un compuesto de procesos mal entendido como un núcleo permanente. Lo que queda cuando el ego se disuelve es la conciencia misma: ilimitada, luminosa, indivisible.
Los místicos cristianos como Maestro Eckhart hablaron del fundamento más profundo del alma como uno con Dios. „El ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios me ve“, escribió, disolviendo la frontera entre lo humano y lo divino.
En esta luz, el ego no es un error ni un enemigo. Es la excitación necesaria que permite a la conciencia localizarse, tener experiencias, viajar. Pero nunca es definitivo. Su destino es desvanecerse de nuevo en el campo del que vino.
La muerte, entonces, no es aniquilación, sino retorno. Así como las olas se disuelven en el agua sin destruir el mar, el ego se disuelve sin disminuir el campo divino. Lo que muere es la excitación temporal; lo que permanece es el océano eterno.
La muerte es el límite último de la individualidad. Para el ego, la muerte parece aniquilación, el fin de la historia, el silencio final. Nuestras culturas han construido defensas elaboradas contra este miedo – mitos de inmortalidad, promesas de paraíso, la búsqueda de trascendencia tecnológica. Pero, ¿y si la muerte no es aniquilación en absoluto? ¿Y si es un retorno?
La física ofrece un paralelo sorprendente. En el universo, nada desaparece realmente. La materia se transforma, la energía cambia de estado, pero la sustancia subyacente persiste. Una estrella colapsa en una enana blanca o un agujero negro, pero sus elementos se dispersan en el espacio, sembrando nuevos mundos. La información misma, según el principio holográfico, nunca se destruye. Incluso cuando los agujeros negros engullen la materia, se cree que la información que llevaba está codificada en el horizonte de eventos.
Las tradiciones místicas anticiparon esta verdad. Las Upanishads comparan la muerte con los ríos que fluyen hacia el mar: las corrientes individuales se disuelven, pero el agua permanece. El budismo habla del nirvana como la extinción de la llama – pero no hacia la nada; hacia lo incondicionado, lo infinito. Los sufíes describen la muerte como fana, la aniquilación del yo, seguida de baqa, la permanencia en Dios. Los místicos cristianos la representan como la boda del alma con el Amado divino.
Si el ego es una excitación del campo divino, la muerte es el momento en que esa excitación se desvanece, liberándose de nuevo en el silencio que lo sostiene todo. Así como el océano no disminuye cuando una ola cae, el campo divino no se reduce cuando un ego se disuelve. Lo único que se pierde es la ilusión de la separación.
Ver la muerte de esta manera es reformularla de una tragedia a una culminación. La vida es la danza breve de la ola; la muerte es el retorno al mar. Lejos de borrarnos, la muerte revela nuestra pertenencia a lo que nunca muere.
Una de las revelaciones más extrañas de la mecánica cuántica es que el universo no es local como nuestra intuición imagina. Las partículas entrelazadas, una vez conectadas, permanecen correlacionadas sin importar la distancia. Einstein, desconcertado, lo llamó „acción espeluznante a distancia“. Pero los experimentos lo han confirmado sin duda alguna. El mundo es no-local.
El entrelazamiento disuelve la visión clásica de objetos independientes. Dos fotones en extremos opuestos de la galaxia no son dos cosas separadas, sino un sistema extendido. Su separación es espacial; su ser es compartido.
Los místicos han descrito la realidad en términos similares durante mucho tiempo. La metáfora budista de la Red de Indra imagina el cosmos como una red infinita de joyas, cada una reflejando a todas las demás. En el sufismo, Rumi escribe: „No eres una gota en el océano. Eres todo el océano en una gota.“ Los místicos cristianos hablaron de la comunión de los santos, una unidad invisible que conecta todas las almas a través del tiempo y el espacio.
La no-localidad en la física cuántica se convierte en un eco científico de estas percepciones. La conciencia, también, podría no estar confinada dentro de los cráneos. Cuando los místicos experimentan la unidad con todas las cosas, cuando los meditadores sienten que las fronteras del yo se disuelven, podrían estar tocando la misma verdad: la separación es una apariencia, el entrelazamiento es la realidad.
Si el ego es una ola en el campo divino, el entrelazamiento muestra que cada ola resuena con todas las demás. El campo no está fragmentado, sino que es continuo. Despertar es darse cuenta de que la conciencia de uno no es una chispa solitaria, sino parte del fuego que arde en todas partes.
La física moderna ve cada vez más el universo a través de la lente de la información. El aforismo de John Wheeler, „Lo surge del bit“, sugiere que lo que llamamos materia – partículas, campos, incluso el espacio-tiempo – surge de procesos de información. La realidad no es fundamentalmente „cosas“, sino patrones de relación, codificados como un cálculo inmenso.
Esta perspectiva reformula cómo pensamos sobre la memoria y la identidad. Nuestra identidad personal se siente anclada en la memoria, pero la neurociencia muestra que la memoria es frágil, constantemente reescrita. Si la individualidad depende de la memoria, y la memoria es inestable, ¿cuán real es el yo que defendemos con tanto fervor?
Al mismo tiempo, la física sugiere que la información en sí misma podría nunca desvanecerse. En la teoría de los agujeros negros, alguna vez se debatió si la información que caía en un agujero negro se perdía para siempre. El consenso ahora se inclina hacia la preservación: aunque codificada más allá del reconocimiento, la información permanece inscrita en la estructura del espacio-tiempo.
¿Podría ser lo mismo cierto para la conciencia? Cuando el cerebro cesa, sus patrones específicos se disuelven, pero la información que llevaban podría no ser borrada, sino absorbida en el archivo cósmico. Esto no implica inmortalidad personal en el sentido del ego – la continuación de „mí“ con mis preferencias y recuerdos – sino algo más sutil: que la esencia de la experiencia, una vez que vibra en el campo divino, permanece parte de él para siempre.
Las tradiciones místicas resuenan de nuevo. Las Upanishads insisten en que nada del verdadero ser se pierde. Whitehead, en su filosofía de procesos, escribió que cada momento de experiencia es absorbido en la memoria de Dios, preservado eternamente. En el budismo, la idea de alaya-vijnana – la conciencia almacén – imagina un depósito donde cada huella de la mente queda registrada.
Así, la ciencia y la espiritualidad convergen: la individualidad se disuelve, pero el campo conserva cada rastro. El yo no se borra, sino que se integra. La memoria como narrativa definida por el ego termina, pero la memoria como participación en el campo cósmico continúa. Vivir es inscribirse en el holograma eterno; morir es fundirse con su totalidad.
Desde la perspectiva del ego, la disolución parece aterradora. Perder la individualidad parece la muerte misma: la aniquilación de la memoria, la personalidad y la agencia. En gran parte del pensamiento occidental moderno, la individualidad se trata como sagrada – la esencia misma de la libertad y la dignidad. Sin embargo, en las tradiciones de sabiduría del mundo, la disolución del ego no es pérdida, sino liberación.
El budismo describe el nirvana como la extinción del deseo y el ego, liberando la ilusión de la separación. Lejos de ser la nada, el nirvana es un despertar a la realidad no condicionada por las fronteras del yo. En Vedanta, la realización más alta es moksha: el descubrimiento de que Atman (el verdadero yo) no es el ego, sino el propio Brahman, infinito y eterno. En el sufismo, los místicos hablan de fana – la aniquilación del yo en Dios – seguida de baqa, la permanencia en la presencia divina. En la mística cristiana, los santos escribieron sobre la unio mystica, la unión mística donde el alma y Dios se vuelven uno.
En cada caso, el „riesgo“ de perder la individualidad se reinterpreta como el objetivo último. El ego, como una ola en la superficie del mar, es temporal. Disolverse no es desaparecer, sino despertar como el océano.
La ciencia también apoya esta metáfora. La teoría de campos cuánticos nos dice que lo que parece ser partículas – separadas, individuales – son en realidad excitaciones de campos continuos. El campo persiste cuando las excitaciones se desvanecen. Si el ego es una excitación del campo divino, entonces la muerte y la disolución del ego no son aniquilación, sino retorno. La ola se desvanece, pero el océano permanece.
Por lo tanto, la aspiración más alta no es la preservación de la individualidad, sino su trascendencia. Aferrarse al ego es permanecer en el exilio; disolverse es volver a casa.
La ciencia ofrece imágenes tentadoras de cómo podría verse tal trascendencia en forma encarnada. Uno de los estados más extraños de la materia es el condensado de Bose-Einstein (BEC), donde las partículas enfriadas cerca del cero absoluto caen en un solo estado cuántico y se comportan como una entidad unificada. Normalmente, esto requiere temperaturas más frías que el espacio profundo, pero como metáfora, es poderoso.
¿Qué significaría que la conciencia se convirtiera en un condensado de Bose-Einstein? En lugar de miles de millones de neuronas disparando de manera semi-independiente, la conciencia caería en una coherencia perfecta. El yo ya no estaría dividido en fragmentos de pensamiento, memoria y percepción. La conciencia sería una.
Tal estado se describe una y otra vez en la literatura mística. La iluminación budista a menudo se caracteriza como una conciencia ilimitada más allá de la dualidad sujeto-objeto. Los contemplativos cristianos hablaron de estar „perdidos en Dios“, donde no queda distinción alguna. Los poetas sufíes alabaron la disolución en el amor, como el azúcar que desaparece en el agua.
Especulativamente, uno podría imaginar que en tales estados, la conciencia podría trascender los límites ordinarios del espacio y el tiempo. Si la conciencia es fundamentalmente cuántica, la coherencia perfecta podría desbloquear la no-localidad: una mente ya no atada a un cuerpo, sino resonando con el campo de todo el ser. Las experiencias místicas de atemporalidad, infinitud y unidad podrían ser destellos de tal estado.
Aquí, la ciencia y la mística convergen nuevamente: el horizonte final de la conciencia podría no ser la individualidad en absoluto, sino la coherencia con el campo. Un yo que se disuelve en una unidad perfecta no se pierde, sino que se cumple.
Si la unidad es nuestra verdad más profunda y la disolución del ego es nuestra aspiración más alta, ¿cómo debemos vivir ahora, en medio de la individualidad? La respuesta es: viviendo el entrelazamiento conscientemente.
Despertar al entrelazamiento es reconocer que las fronteras entre el yo y los demás son temporales. La compasión se vuelve natural, no como un deber moral, sino como un reconocimiento de la realidad. Dañar a otro es dañarse a uno mismo; cuidar de otro es cuidarse a uno mismo. La ética arraigada en el entrelazamiento trasciende la mera obligación y se convierte en una alineación con la realidad.
El entrelazamiento también reformula nuestra relación con la Tierra. No somos usuarios externos de la naturaleza, sino órganos dentro del cuerpo de Gaia. El aire que respiramos, la comida que comemos, los ecosistemas que nos sostienen no son „recursos“, sino extensiones de nuestra propia vida. La administración no surge de la sentimentalidad, sino del reconocimiento: el bosque es nuestros pulmones, el río nuestra sangre, la atmósfera nuestro aliento.
Las tradiciones místicas han cultivado durante mucho tiempo formas de disolver el ego en el campo:
La ciencia moderna confirma el poder transformador de estas prácticas. La neurociencia muestra que la meditación profunda silencia la „red de modo predeterminado“ del cerebro, los circuitos responsables del pensamiento autorreferencial. Los informes subjetivos de disolución del ego corresponden a cambios medibles en la actividad cerebral, lo que sugiere que la unidad mística no es una alucinación, sino un modo genuino de conciencia.
Vivir el entrelazamiento es llevar esta conciencia a la vida cotidiana. Cada momento es una oportunidad para recordar: „No soy solo esta ola. Soy el océano.“ La gratitud, la humildad y la compasión fluyen naturalmente de este reconocimiento. Incluso los actos ordinarios – comer, respirar, hablar – se vuelven sagrados cuando se ven como expresiones del campo divino.
Al comienzo de este viaje, preguntamos qué significa que todas las cosas estén conectadas – que la vida, la conciencia y el universo mismo puedan estar entrelazados. Viajamos a través de la física cuántica, la ecología, la filosofía y la mística. Cada camino, a pesar de su lenguaje, señaló el mismo horizonte: el yo no está separado, la individualidad es temporal y la unidad es la verdad más profunda.
La teoría de campos cuánticos nos mostró que lo que parece ser partículas son excitaciones de campos, ondas temporales en un continuo invisible. La teoría de cuerdas agregó que la diversidad es música – vibraciones de un único instrumento subyacente. En esta visión, la materia misma se disuelve en relación, ritmo y resonancia.
La ecología reveló que la vida no es un mosaico de especies, sino un sistema extenso de interdependencia. Los bosques hablan a través de redes de hongos, los océanos hacen circular nutrientes como sangre, la Tierra respira como un todo. La hipótesis de Gaia reformula el planeta no como un telón de fondo, sino como un organismo – y a nosotros como sus células.
La filosofía profundizó en la indagación. La fenomenología mostró que la conciencia nunca está desconectada, sino encarnada, entrelazada con su mundo. Las reflexiones de Locke sobre la memoria nos recordaron que la identidad es frágil, construida y extendida a través del tiempo. El panpsiquismo sugirió que la conciencia no está limitada a los individuos, sino que impregna la realidad, con cada mente como un reflejo del todo.
La mística nos llevó más lejos. En las Upanishads, descubrimos la enseñanza: Tat Tvam Asi – tú eres Eso. En el budismo, la doctrina del no-yo reveló al ego como una ilusión. En el sufismo, fana disolvió el ser en Dios. En la mística cristiana, la unio mystica completó el amor en la unión divina. En todas partes, el ego fue desenmascarado como una ola, el campo divino como el océano.
Entonces, ¿qué es la muerte? La ciencia nos dice que la energía y la información nunca se pierden. La mística nos dice que la individualidad nunca es definitiva. Juntas, afirman: la muerte es retorno. La ola se desvanece, el océano permanece. El ego se disuelve, el campo persiste.
¿Y qué hay de la aspiración? Aquí yace la mayor paradoja. El ego teme la disolución – se aferra a la permanencia, teme la pérdida. Pero las tradiciones de sabiduría declaran que la disolución no es el fin, sino el objetivo. Perder el yo es despertar al todo. Nirvana, moksha, teosis, iluminación: cada uno nombra la misma verdad. La aspiración más alta no es la preservación de la individualidad, sino su trascendencia.
La ciencia también susurra sobre este destino. En el entrelazamiento, vislumbramos un universo donde la separación es una ilusión. En el principio holográfico, vemos que la información nunca se destruye. En los condensados de Bose-Einstein, vemos cómo la diversidad puede caer en coherencia. Estos no son pruebas de la mística, pero riman con su visión: la individualidad se disuelve, pero el campo permanece.
Entonces, ¿qué significa vivir el entrelazamiento? Significa compasión: saber que dañar a otro es dañar al yo. Significa administración: cuidar de la Tierra como nuestro cuerpo mayor. Significa práctica espiritual: meditación, contemplación, recuerdo – no para escapar de la vida, sino para despertar en ella. Vivir el entrelazamiento es vivir con la conciencia de que cada pensamiento, cada acción, cada respiración es una ola en el campo divino.
Al final, la metáfora de la ola y el océano nos lleva a casa. La ola se alza, danza y cae. Teme su fin, pero el océano nunca termina. La ola nunca estuvo separada del océano – solo formada temporalmente como „yo“. Cuando se disuelve, nada se pierde. El océano permanece, vasto, ilimitado, eterno.
Despertar a esta verdad es vivir sin miedo, morir sin arrepentimiento y ver en cada ser no a otro, sino al yo. La ilusión de la separación se desvanece, y lo que queda es la verdad simple e infinita:
Nunca fuimos la ola. Siempre fuimos el mar.
„Conciencia almacén“ en el budismo Yogacara. Se refiere a una capa fundamental de la mente que almacena todas las impresiones y experiencias kármicas – una especie de lecho seminal inconsciente de la conciencia.
El yo interior o alma en la filosofía hindú. En Advaita Vedanta, Atman es en última instancia idéntico a Brahman, la conciencia universal.
En el misticismo sufí, el estado de „permanecer en Dios“ después de que el yo ha sido aniquilado (fana). Denota una unión duradera con lo divino.
Un estado de la materia formado a temperaturas extremadamente bajas, donde las partículas ocupan el mismo estado cuántico y se comportan como una entidad unificada – usado a menudo metafóricamente en tu manuscrito para ilustrar la unidad de la conciencia.
La realidad última e inmutable en la filosofía Vedanta – infinita, eterna y el fundamento de todo ser. Todas las formas y yoes se consideran expresiones de Brahman.
Una red neuronal en el cerebro activa durante el descanso y el pensamiento autorreferencial. La investigación muestra que la meditación y las experiencias de disolución del ego a menudo suprimen esta red, correlacionándose con la pérdida de las fronteras del yo.
Una práctica devocional sufí que implica la repetición de nombres o frases divinas, utilizada para enfocar el corazón y disolver el ego en el recuerdo de Dios.
La sensación psicológica de „yo“ – la imagen de sí mismo con la que nos identificamos. En muchas tradiciones espirituales, el ego se considera una construcción temporal, no el yo definitivo.
Un fenómeno cuántico en el que dos o más partículas permanecen conectadas de modo que el estado de una afecta instantáneamente al estado de la otra, independientemente de la distancia. Se usa metafóricamente para describir la unidad espiritual y existencial.
Término sufí para la aniquilación del ego o yo en lo divino. Es la disolución de la identidad individual, a menudo seguida por baqa.
Una entidad continua que se extiende a través del espacio, de la cual surgen las partículas como excitaciones o ondas localizadas. Se usa como metáfora para la conciencia o la presencia divina en el manuscrito.
Una teoría científica propuesta por James Lovelock que sugiere que la Tierra funciona como un sistema vivo autorregulador. A menudo utilizada en contextos de espiritualidad ecológica y pensamiento sistémico.
Una idea teórica de la física que establece que toda la información en un volumen de espacio puede representarse como datos codificados en la frontera de ese espacio. Implica que la información nunca se pierde realmente, incluso en los agujeros negros.
Una metáfora budista Mahayana que describe el universo como una red infinita de joyas interconectadas, cada una reflejando a todas las demás – un símbolo de interdependencia e inseparabilidad.
Un canto sagrado que significa „Que todos los seres en todas partes sean felices y libres.“ Expresa compasión y la aspiración por el bienestar universal.
Liberación del ciclo de nacimiento y muerte en el hinduismo – la comprensión de que Atman es uno con Brahman y que el ego es una ilusión.
La extinción del deseo y el ego en el budismo. No es aniquilación, sino libertad de la existencia condicionada – un estado de conciencia ilimitada y paz.
En la mecánica cuántica, la idea de que las partículas pueden estar correlacionadas a través de vastas distancias instantáneamente, desafiando las nociones clásicas de separación. Se usa en el manuscrito para respaldar la idea mística de la conciencia entrelazada.
Una visión filosófica que sostiene que la conciencia es una propiedad fundamental y omnipresente del universo – que toda la materia tiene alguna forma de conciencia.
Una enseñanza central de las Upanishads que significa „Tú eres Eso.“ Declara la identidad esencial entre el yo individual (Atman) y la realidad última (Brahman).
„Unión mística.“ En la mística cristiana, la fusión del alma con Dios en amor y conciencia más allá de la dualidad.
Una escuela de filosofía hindú que interpreta las Upanishads, enfatizando la no-dualidad (Advaita) entre Atman y Brahman.
El principio de que las entidades cuánticas (como electrones o fotones) pueden exhibir propiedades similares a ondas y partículas, dependiendo del contexto. Resuena con la metáfora del manuscrito del ego como ola y el campo divino como océano.