Pocos conceptos han cargado con tanto peso simbólico a lo largo de la historia humana como la luz. Mucho antes de que pudiéramos medir su longitud de onda o calcular su energía, las personas percibían que la luz era más que un fenómeno físico: era una metáfora de la vida misma.
En la Biblia hebrea, la creación comienza con las palabras: “Hágase la luz.” En el Corán, Dios es descrito como “la Luz de los cielos y la tierra.” En el budismo, la iluminación es el estado de despertar a la verdad. A través de las tradiciones, la luz es la manifestación de la divinidad, la pureza y la sabiduría. La oscuridad, en contraste, es la ignorancia, el mal o el caos.
Nuestros idiomas preservan estas metáforas. “Arrojamos luz” sobre un problema, “vemos la luz” cuando entendemos, y llamamos a alguien “brillante” cuando inspira. El conocimiento es la luz que disipa las sombras de la ignorancia.
Mucho antes de las religiones contemporáneas, las culturas de todo el mundo celebraban el solsticio de invierno, el día más corto, cuando la oscuridad alcanza su punto máximo y la luz comienza su retorno. Para las primeras sociedades, dependientes del sol para el calor y la cosecha, el solsticio era un punto de inflexión para la supervivencia y la esperanza. Hogueras, banquetes y rituales celebraban el renacimiento de la luz. Esta tradición se integró más tarde en el cristianismo como Navidad, pero el simbolismo más profundo permanece: la renovación de la vida a través del regreso del sol. Incluso hoy, las celebraciones del solsticio nos recuerdan el lugar central de la luz en la cultura humana.
Por lo tanto, la luz siempre ha sido más que fotones para nosotros: es energía, información y vida, tanto en el sentido material como espiritual.
Tras haber vivido con sus metáforas durante milenios, la humanidad recurrió a la ciencia para preguntar: ¿de qué está hecha realmente la luz?
Un fotón puede considerarse como una antena microscópica o un circuito resonante compuesto de inductancia y capacitancia, pero sin partes físicas. Existe y se propaga transformando continuamente la energía eléctrica en energía magnética y viceversa, una oscilación autosostenida que permite que la luz se mueva a través del espacio.
Sin embargo, los fotones no están limitados al estrecho espectro de colores visibles para nuestros ojos. Abarcan un rango enorme, desde ondas de radio más largas que rascacielos hasta rayos gamma más pequeños que un núcleo atómico. A lo largo de este espectro, dan forma al universo, sostienen la vida y alimentan la civilización humana.
Cada fotón puede describirse de tres maneras interconectadas:
Estos están vinculados por la velocidad de la luz: c = λν. Longitudes de onda más largas implican menor frecuencia y menor energía, mientras que longitudes de onda más cortas traen mayor frecuencia y mayor energía. El rango es asombroso:
Este espectro muestra cómo el mismo cuanto, el fotón, se expresa de manera diferente en diferentes escalas.
Diferentes procesos físicos dan lugar a distintas regiones del espectro:
De esta manera, los fotones surgen de antenas, átomos y núcleos por igual, tejiendo el universo físico.
Debido a que la energía de un fotón es proporcional a la frecuencia (E = hν), los fotones de radiofrecuencia tienen muy poca energía, trillones de veces menos que los fotones visibles o de rayos gamma. Como resultado, las antenas no emiten un fotón a la vez de una manera que podamos detectar fácilmente. En cambio, liberan enormes cantidades de fotones simultáneamente.
Una sola antena de transmisión puede emitir del orden de 10²⁰ a 10²⁵ fotones de radio por segundo. Para cualquier receptor, o para nuestra intuición, esto parece una onda suave y continua. La cuantización sigue presente, pero está oculta bajo una abundancia abrumadora.
Por el contrario, los fotones de mayor energía, como los ultravioleta, los rayos X y los rayos gamma, tienen suficiente energía individualmente para ser detectados uno por uno. Su naturaleza similar a una partícula es evidente, razón por la cual la explicación de Einstein del efecto fotoeléctrico se centró en la luz ultravioleta, no en la radio.
Esta diferencia en la percepción es una de las razones por las que el debate entre onda y partícula persistió durante tanto tiempo.
Nuestra comprensión de los fotones ha evolucionado a lo largo de siglos de debate y descubrimiento.
Feynman no descubrió los fotones, pero nos proporcionó la comprensión más completa y precisa de ellos, unificando siglos de teorías contradictorias en un marco coherente.
Además de la frecuencia, los fotones poseen otra propiedad: la polarización.
Dado que el campo eléctrico de un fotón siempre debe oscilar perpendicularmente a su dirección de viaje, puede orientarse en cualquier ángulo dentro de ese plano transversal. Imagina un fotón moviéndose hacia adelante: su campo puede oscilar verticalmente, horizontalmente o en cualquier punto intermedio. Esto es la polarización.
Una de las consecuencias más conocidas de la polarización es el deslumbramiento. Cuando la luz se refleja en una superficie plana y horizontal, como el agua, el vidrio o el pavimento mojado, los fotones reflejados no están orientados aleatoriamente. La física de la reflexión favorece la luz polarizada horizontalmente, porque los electrones en la superficie reirradian el componente del campo eléctrico que yace a lo largo del plano de manera más eficiente.
Por eso las gafas de sol polarizadas funcionan tan bien: contienen un polarizador vertical que bloquea los fotones polarizados horizontalmente mientras permite pasar los verticales. Como resultado, el deslumbramiento de las carreteras, los lagos y los parabrisas se reduce drásticamente.
En los primeros días de los automóviles, los ingenieros incluso exploraron una idea más grandiosa: ¿y si la polarización pudiera incorporarse en los propios autos? La propuesta era hacer que todos los faros fueran polarizados verticalmente, mientras que todos los parabrisas estuvieran equipados con polarizadores horizontales. El resultado sería que los faros de los autos que vienen de frente se filtrarían automáticamente, protegiendo a los conductores del deslumbramiento. El concepto era ingenioso y elegante, pero demasiado costoso para la producción en masa en ese momento. La idea fue abandonada, dejando las gafas de sol como la solución más práctica para el mismo problema.
La polarización también puede ser más exótica. Si el campo eléctrico del fotón tiene componentes tanto verticales como horizontales, y esos componentes oscilan desfasados por un cuarto de ciclo, el resultado es la polarización circular. El campo ya no oscila de un lado a otro en una sola línea, sino que traza una hélice, girando alrededor del eje de viaje: una danza lateral continua en lugar de una simple oscilación.
La analogía con una antena dipolo sigue siendo válida: al igual que un dipolo tiene puntos ciegos a lo largo de su eje, los fotones nunca apuntan su campo eléctrico a lo largo de su trayectoria. Permanecen transversales, siempre girando alrededor de su dirección de movimiento.
A nivel cuántico, los fotones se emiten en saltos repentinos.
Los estados excitados pueden persistir durante nanosegundos o horas, dependiendo del sistema, pero cuando ocurre la emisión, es instantánea: un verdadero salto cuántico, sin estado intermedio y sin fotón parcial.
Este es el mecanismo universal por el cual nacen los fotones.
Uno de los mayores triunfos de la humanidad en el aprovechamiento de los fotones es el láser.
Un láser comienza con un reservorio de átomos mantenidos en estados excitados. Esta inversión de población se crea al bombear energía al medio, utilizando una descarga eléctrica, otro láser o una reacción química.
Los átomos excitados están atrapados entre dos espejos: uno completamente reflectante y otro parcialmente transparente. La distancia entre los espejos está sintonizada para coincidir con la longitud de onda del fotón. Solo los fotones en resonancia sobreviven a las reflexiones repetidas; el resto se anula.
Al principio, las emisiones son aleatorias. Luego, un fotón se emite espontáneamente a lo largo del eje de la cavidad. Ese fotón se convierte en el piloto, como la chispa inicial de un relámpago. Su campo eléctrico define la orientación y la fase para todas las emisiones estimuladas posteriores. Los átomos vecinos liberan fotones que son copias exactas: misma frecuencia, misma fase, misma polarización.
A medida que el piloto se multiplica, los fotones rebotan de un lado a otro, reforzándose mutuamente. Cuando la intensidad es lo suficientemente alta, un flujo escapa a través del espejo semitransparente.
El resultado es la luz láser:
A diferencia de la luz mixta y aleatoria de una bombilla, un láser es un ejército disciplinado de fotones que marchan al unísono.
Los fotones no son solo curiosidades de la física: son la base del universo.
Cada respiro de oxígeno, cada comida, cada llamada telefónica, cada correo electrónico depende de los fotones.
Los fotones son los quanta del campo electromagnético, abarcando un espectro que impulsa las estrellas, sostiene la vida y permite la tecnología. Desconcertaron a generaciones de científicos porque desafiaban las categorías de onda o partícula.
La historia de los fotones comenzó con las partículas de Newton y las ondas de Huygens, creció con las ecuaciones de Maxwell, se afinó con el efecto fotoeléctrico de Einstein y encontró su expresión más clara en la analogía del reloj de pulsera de Feynman y las matemáticas de la QED.
Desde señales submarinas hasta estallidos de rayos gamma, desde antenas hasta átomos y núcleos, desde gafas de sol hasta láseres, los fotones están ahí. Y gracias a la perspicacia de Feynman, finalmente los vemos claramente, no solo como ondas o partículas, sino como los quanta universales de la luz.